Lástima que no haya billetes para maniquíes. Grita ella desde la sala contigua. Y detenidamente observo todo a mi alrededor. Otra pena a llevar, pensé. La casa inventariada. La casa contada. Las miserias ordenadas por la revolución. Y Sandoval hecho de tela y algodón, se queda también. Mi pobre muñeco, el compañero de la infancia sigue ahí en la silla, inerte y mudo, sospechando su suerte. No importa mamá, creo haber dicho. Y seguí recogiendo.

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