Se sintió perdida y mientras deambulaba, Amelia encontró la tarjeta postal en la acera de la estación de encomiendas, ajena a su destino y origen. Alguien se había equivocado y algún empleado negligente ni siquiera la había devuelto, ni tomado en cuenta a pesar de la hermosa estampa lunar de su portada.

Amelia tenia noción de estas, por las que su padre coleccionaba en tiempos mejores. Pero la que ahora leía tenía fecha reciente y un mensaje, con el que ella se sintió aludida, invitada, destinataria.

Emocionada, en el soplo de una tarde, preparó el viaje de su existencia.

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