En esta maleta no cabe casi nada… y aun así, tan pequeña, es capaz de albergar todas mis pertenencias.

El reloj del salón, con su tictac insoportable, aproxima sus agujas a la hora de salida. El movimiento pausado de los segundos me recuerda a la declaración de amor de Elsa, tan férrea, tan frágil. Fueron palabras pausadas las que salieron de su boca cuando me regaló su único «te quiero», antes de que la luz de su corazón se atenuara.

El taxi ya me espera. Tras varios toques al claxon, mis pupilas navegan perdidas en las agujas del reloj.

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