Sigo los pasos de mi amo, Don Alonso Quijano, a lomo de mi burro rucio, con las alforjas vacías. Bajo un sol de justicia por campos manchegos, ayudando al débil, enderezando entuertos, desafiando a batallones de soldados y luchando contra gigantes, que los necios dicen ser rebaños de ovejas o molinos de viento. Le acompaño en su afán por conquistar a su amada Dulcinea. «Mañana serás testigo de este amor»- dice seguro y menesteroso. Mientras, cae la noche en una vieja y sucia posada en El Toboso.

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