Quisimos alguna vez alcanzar La Paz. Pero unos kilómetros antes de llegar nos quedamos sin dinero. Nada. Ni un centavo. Pasamos unos días varados al sur de Bolivia, pensando en cómo regresar a casa. Yo, así lo recuerdo, cargaba una cantimplora llena de té frío. Mis amigos pensaban que hubiese sido más útil, por lo intranquilos que estábamos, haberla llenado con algo fuerte: whisky, tequila. Pero ya no llegaríamos a la paz, a ninguna paz. Y no valdría de nada ahogarnos inútilmente en esa pena.
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