¡Qué absurda es la vida sin adrenalina! Eso es lo que exclamo todos los días al salir de mi oficina. Viviendo entre informes, entregas y ese póster de la playa de Bolonia que he colocado en la puerta de mi despacho. A lo lejos, el mar.
Me encamino hacia mi coche, radio a todo volumen y ganas, muchas. Seis horas después, aparezco en Cádiz. Comienza a invadirme el olor a mar y a jazmín y los sonidos de risas, guitarras y palmas.
De repente, la alarma. Limpio mis legañas. A lo lejos, el mar.
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