Veinticinco años después, el sentimiento de terror que padecí se ha mitigado, pero guardo su sabor áspero en la garganta, y el puño oprimiendo lo más íntimo de mi pecho.
El terror, cedió a un semblante flemático, con ojos deshabitados y perenne tristeza. Mientras, el odio desmedido, ha emigrado hacia tonos de indiferencia.
Intento adivinar, qué motivo me lleva de nuevo a ti, si ya no cobijas a nadie que conozca.
Necesito volver, y que me perdones por abandonarte.
Créeme. Jamás te olvidé.
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