Los nervios no comienzan haciendo la maleta, ni cogiendo el avión. Tampoco cuando salgo por la puerta de «llegadas». Ni en el hotel de Quito. Ni en el viaje al sur del día siguiente. Ni al llegar a mi destino. Los nervios empiezan enfrente de la clase. Abro la puerta. Soy la nueva maestra en de un recóndito pueblo en mitad de la selva. Una aventura sin guía, sin mapas. Tan sólo la luz la ilusión y el libro de un inglés como brújula para guiarme en este viaje que es la profesión de maestro.

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