Las calles amplias, luminosas, con calor, en las que nos derretimos como helado al sol. Las calles frías, con viento, en las que cuando respiramos con la boca en forma de “O” sale un humito blanco, que nos hacía sentir poderosos de niños.
Las calles con grafitis de muchos colores, tapados por un “Boquita pasión”, “Lobo bobo” o un
“Felices
quince
Manu!”.
Las calles amplias, imposibles de cruzar, solo basta con saber que los autos no dejarán de doblar. Las bicis temen que las puertas de los vehículos estacionados, e invisibles, se abran de golpe. Y las motos en un día soleado vuelan como pájaro recién liberado.
Los pétalos que caen de los árboles se enganchan en nuestro pelo, y nos acompañan en nuestro temido recorrido nocturno, debemos llegar rápido a nuestro destino, es tarde, y mamá está esperando en la puerta de casa.
Pasa un auto, transpiro, me alejo hasta perderlo de vista. Respiro como puedo por el barbijo, los kioscos ya cerraron, y no creo tener crédito. Pasa otro auto, esta vez rojo. Quedan pocas cuadras, y siento que las llaves se me resbalan de la mano.
Soy mujer, recuerdo las noticias, tal vez estoy siendo un poco paranoica.
Vuelve a pasar el auto, sí, es el mismo. Tengo un nudo en la garganta y casi no hay luces por acá. ¡Como había olvidado a Caperucita Roja!, ¡Si tan solo hubiera elegido el camino largo y luminoso! No pasa nada, estoy cerca.
Solo me acompañan la noche, los pétalos en el pelo, el barbijo con su aroma, y el auto rojo que está a mi lado hace unas cuadras. Si puedo grito, si puedo lloro.
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