La esquina del Boulevard y la Avenida

La esquina del Boulevard y la Avenida

En la noche de ayer, el presidente decretó a partir de las cero horas de hoy, viernes 20 de marzo, el aislamiento social preventivo y obligatorio.

La pandemia del que llamaron Covid19 se estableció en nuestro país.

Hoy desperté sin ruidos. Los motores de la fábrica de la otra cuadra no funcionaban, la ciudad quedó paralizada.

Nadie la habita, es como si estuviese viendo una película apocalíptica.

Los colectivos están vacíos. Sólo las personas autorizadas pueden circular.

Todavía no entiendo muy bien eso de ser un trabajador esencial.

Trabajo en la estación de servicios en la esquina del boulevard y la avenida.

Policía y Gendarmería custodian las calles, no solo el bullicio, el silencio también aturde.

Hay en el ambiente una sensación de angustia, de soledad, de vivir en una guerra ante un enemigo silencioso, agazapado para arremeter ante el primer desprevenido que se cruce.

No hay humo, ni ruidos. Algunos pequeños animales se aventuran a mostrarse sin temor, presintiendo que esta raza destructiva llamada humanos debe guardarse.

Una lagartija cruza el cemento del boulevard. Ratas salen de las bocas de tormentas y toman baños de sol.

Estoy barriendo el playón para que el tiempo pase más rápido.

Parece como si la tierra se detuvo y que las horas pasan por inercia.

De nuestro turno, quedamos cuatro. A los demás les dieron franco.

Nos avisaron que íbamos a rotar.

El Banco de enfrente está cerrado, la distribuidora del otro lado, también.

A esta hora todo esto hubiese sido un mundo de gente.

Pese a las contingencias, ella siguió viniendo, como todas las tardes.

Allí está, parada en el cantero del medio, en la esquina.

Su maquillaje la identifica, la miro desde el surtidor, tengo tiempo, casi no hay clientes.

Se nos dijo que el bar de la estación debía permanecer cerrado.

Lo que no pudieron políticos, crisis sociales, movimientos y sindicatos, un pequeño virus lo está logrando; dominarnos, decirnos basta de todo esto.

Un joven de rostro adusto la mira desde el cantero apoyado en una moto, no sé bien quién es, si su hijo, su pareja o alguien que la cuida.

El semáforo está en rojo, la observo, el joven también.

Con gestos de insistencia ella ofrece flores a los conductores, se para frente a los vehículos, les dice bombón. Nadie le compra, algunos levantan su ventanilla. La tarde cae. El sol le baña de dorado su pelo rubio.

El joven la observa, la tarde cae, siento que todo es muy triste.

Sus ojos son llamativos, celeste con mezcla de grises.

Opuesto al sol, el cielo es celeste intenso, como sus ojos.

Su cuerpo se ve maltratado, no por violencia, quizás sea por la vida que lleva.

El semáforo es corto, los autos vuelven a detenerse, la mujer rubia vuelve a ofrecer flores. Vuelve a llamar bombón a los conductores, otra vez, nadie le compra, el joven la sigue mirando y todo vuelve a ser muy triste.

La tarde cae, el cielo es celeste, como sus ojos, que ahora son grises, como el cielo que se ha encapotado y de pronto llueve y todos corren y todo es más triste.

La lluvia arremete y la condena, por estar en la calle sin autorización.

La esquina de Seguí y Lagos se hace cruz y la crucifica.

El joven que la mira, ahora es un soldado romano. La mira y con una lanza le atraviesa su barriga.

De la herida brota agua. Agua y barro, porque llueve.

La tarde se cierra, como en el Gólgota, como algo premonitorio se hace de noche.

La mujer muere tras la cortina de agua, porque diluvia y las luces de los vehículos parecen antorchas de una procesión de fieles.

Y no entiendo qué pasa, si esto es una realidad o una fantasía nacida desde mi angustia.

Después del tercer semáforo, la mujer resucita, tras la cortina, bajo la lluvia. Un rayo de sol perfora las nubes, cesa el aguacero, baña de cobre su pelo rubio que ahora es rojizo como la sangre, como la lluvia que se tiñe con el ocaso.

La mujer pelirroja vuelve entonces a ofrecer flores ya marchitas, ya mojadas, como los peatones que cruzan corriendo, como ella que sin ningún cuidado sigue vendiendo y la miro y este lugar no es real, no es el surtidor, no es la esquina, no es del tiempo de pandemia, todo es muy raro, todo es confuso, todo es muy triste y sigue lloviendo y no para de llover.

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