El amanecer se ha levantado apagado en la calle Marcelo Frontón pues la vida se ha detenido, ya no hay gente por las calles, ni niños jugando en los parques, los coches ya no circulan y solo las emergencias pasean con sus vehículos para recordarnos que permanezcamos en casa y no salgamos nada mas que para lo justo y necesario. Todo esta en silencio y ya nadie murmura por las esquinas porque no se puede, y la soledad habita en cada rincón de este lugar. Mi habitación es mi único refugio donde me siento protegida sin que el virus venga a buscarme, aunque mis pensamientos me están matando en este encierro, pues solos estamos ellos y yo.

A veces siento que el pecho se me oprime y no tengo nada mas que ganas de llorar, todo cada vez esta peor, la gente no hace nada mas que morir, y yo no puedo trabajar, me intento entretener escribiendo, leyendo o incluso tejiendo, pero llega un momento que nada me sirve para no volverme loca y pensar que nada tiene solución. Intento ser positiva en estos momentos pero a veces las fuerzas me flaquean y el alma se vuelve contra mi y no me deja seguir hacia adelante para poder seguir respirando cada minuto.

Luego pienso que hay gente que no tiene a nadie con quien charlar que están en soledad y otros tantos que se encuentran en una triste habitación de hospital, donde no tienen el calor de los suyos, simplemente tienen a un extraño que va a visitarles y les da su cariño como si fueran parte de su familia, y me conformo a mi misma de que estoy mejor que esas personas y entonces digo lo tuyo no es lo peor, porque tu estas con tu familia, tienes salud y solo tienes que estar encerrada unos días sin salir a la calle, puedes hacerlo.

Todos los negocios se encuentran cerrados, solo están abiertos los supermercados, tiendas de alimentación y las farmacias porque son de primera necesidad, nuestras libertades han sido cortadas dicen que es por nuestro bien y no lo dudo pero hay que reconocer que esto no entraba en nuestros planes hace un año. Cuando nuestra prioridad era ir corriendo a todas partes para llegar a tiempo con los niños al colegio, al trabajo para fichar, teníamos que cumplir con los horarios que nos eran impuestos desde que nos levantábamos por la mañana, sin darnos cuenta que de esta manera no podíamos vivir, pero era la única que conocíamos. Un buen día ese castillo de naipes se desplomo, y todo el mundo frenamos en seco dejando las calles vacías, los trabajos no funcionaban y todo se paro. Cada uno estaba en casa con su familia menos aquellos sanitarios que intentaban salvar vidas, mientras nosotros cuidábamos de la nuestra quedándonos en casa sin salir. 

Van pasando los días y la situación no mejora, la desesperación y la psicosis colectiva se ha apoderado de nuestras vidas, todo el mundo va a comprar con mascarillas y guantes, guardando la distancia de seguridad, y untándose gel hidroalcoholico, nadie se puede acercar al otro, porque un virus estaba acechándonos sin saber en que lugar se halla. Gracias a esta situación volvimos a valorar lo que de verdad era importante que era la familia y estar con ella sin que faltará nadie. Descubrimos que dar un abrazo, un beso y que salga un te quiero de nuestra boca era algo que habíamos perdido y ahora lo echábamos de menos mas que nunca, porque nos lo habían prohibido. Las reuniones familiares que tanto nos molestaban ahora cobraban sentido, y queríamos estar con ese ser querido en un bar tomándonos algo como era habitual.

En estos momentos tenemos un halo de esperanza que la vacuna va  a salvar al mundo de esta pesadilla y esperemos que la navidad traiga un milagro y todo esto acabe de una vez, y parece que estamos mas cerca de normalizar esta situación y que esta pandemia terminé.

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