Contraria a la Avenida

Contraria a la Avenida

Ludmila Melnik

10/01/2021

«Las calles de Buenos Aires trazan el laberinto de la propia realidad, mas allá de la que existe o no, como un espejo del alma que no esconde ni los más oscuros lamentos». Jorge Luis Borges 

                                                                          CONTRARIA A LA AVENIDA

    En Buenos Aires, avanzo en el griterío del tránsito pero solo escucho mi música. Acelero pero me cuesta mover. Así que miro las vidrieras. Me puedo imaginar recostada en todos los sillones. En cada uno invento posiciones nuevas hasta que me relajo y me duermo. Los porteros de los edificios me dirigen gestos que me son indiferentes. La música es más importante. Voy despacio, pero siento en mi pecho un enorme esfuerzo por conducir a mis demás músculos. Entonces me ataco. El cigarro ya tiene gusto a tabaco y lo tiro con desprecio. Puedo ver. Mi mente es ágil. Los autos feroces se mueven por la avenida cuesta abajo. Camiones, también. Un colectivo frena de golpe detrás de otro. Sobre la vereda de enfrente, la fila de anchos cuerpos quietos comienza su mecánica carrera por subir. Se apiñarran los cuerpos verticalmente y el monstruo retoma la carrera. Oficiales en moto circundan un auto, ¿Gente importante? ¿Hasta dónde llegará la avenida por la que van todos? Las luces desde las ventanas parecieran adornar las paredes.

   Yo prefiero no mirar: ratas.  ¡Ratas posiblemente en la parte superior de la pared de mi lado! Pego un salto hacia el lado del cordón. Me agita el vano esfuerzo por acelerar mi paso. La gente que camina está más tranquila que los autos. Su paso me recuerda a la rutina; es resuelto pero sin esfuerzo, solo sigue. Me impresiona la multitud bajo el mismo efecto. Las miradas son retraídas. Se vistieron sin imaginación todos. De pronto, aparece uno que camina rápido y perturba la tranquilidad de la gente dejando viento al pasar por al lado mío. Esta loco ese tipo, me lo imagino corriendo solo en la casa con el solo propósito de perder tiempo y tener motivo para apurarse más.

   Miro hacia delante. Quizás así evite la mirada de algún zombi. Cambio la canción que está por terminar -me enferma que tarde en terminar. Niebla. Frío. Viento. Cabezas que oscilan al paso. Despacio va todo, salvo la avenida, por donde el flujo de autos crece. El gran motor respira profundo.  Está oscuro el cielo. Los nenes chiquitos se tambalean. No entienden la gravedad de la situación. Ni se inmutan porque las madres los arranquen de su comodidad y los envuelvan en frías ropas y los saquen a la calle. Los exponen a todo eso que yo también me expuse. Egoísta actitud, a juzgar por los sollozos de los nenes. Cuando llego a la avenida transversal, espero que paren los coches. Ellos me esperan quietos, pero me apuran. Hago mi esfuerzo para que mi cuerpo no decida inmovilizarse enfrente de ellos. Otra vez ese tirón en el pecho.  

  Por fin, llego. Tomo las llaves de mi bolsillo para agilizar las cosas. Me desespera la idea de perder el tiempo en la entrada. Calzo la llave, la giro y ya está. Desde adentro apago la música. Me recuerda a la jungla. Me pregunto si las mañanas también producen sobresalto. Yo recién llego. Muy despierta me acuesto a dormir mientras todo pasa allá afuera.

Ludmila Martina Melnik

  

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