Como si de un escenario post apocalíptico se tratase, las calles lloran en silencio la añoranza de la risa de los niños jugando bajo el sol.

Ya no se oyen el bullicio de las compran ajetreadas en épocas previas a la Navidad. De camino a casa bajo un sol sofocante evito mirar los cadáveres de hormigón con el cartel de «SE VENDE LOCAL». 

Ilusiones rotas por algo tan pequeño e insignificante que no puede ser apreciado a simple vista, pero que ha causado los más grandes estragos.

Si pudiesen hablar los muros de cada negocio, de cada hogar…cuantas historias contarían de promesas frustradas de un futuro prometedor. Cuantos llantos amortiguados tras ellos.

Presos por una soledad que abruma y un silencio ensordecedor vamos contando los días y deseando despertar de esta pesadilla. 

Ya las calles no emiten el eco de las risas vecinas, ni los sonidos de las puertas de los negocios cerrar.

Ya el miedo al virus va disminuyendo para dar paso al terror por un futuro incierto.

Apatía que abruma.

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