La calle Larios. Ayer, hoy y mañana.

La calle Larios. Ayer, hoy y mañana.

Hace solo unos meses Patri interrumpía mi ducha mañanera tocando el portero electrónico de forma insistente e irritante. Envuelta en un albornoz le abría la puerta con fingido mal humor y acabábamos tomando el primer café entre risas y confidencias. Ahora el ruidito del móvil igual de molesto, pero menos gratificante me avisa que ella, mi amiga la impaciente, ha encontrado la forma de salvando las distancias seguir estando presente en mis mañanas

—¡Chica ahora que pronto podremos salir deberíamos darnos una vueltecita por calle Larios que me han dicho que están poniendo las luces de Navidad!

Al otro lado del teléfono guardo silencio, me parece una pésima idea, no el paseo sino las dichosas lucecitas. No deben haber tenido en cuenta que no son muy compatibles con las medidas de distanciamiento social y con el toque de queda impuesto por la autoridad. Hasta en mi cabeza suena a ciencia ficción, a esas pelis de catástrofes naturales que nunca me gustaron y que en este año caótico se están convirtiendo en una triste realidad.

—Claro Patri deberíamos quedar pronto— le contesto por el mismo medio distante e impersonal. Creo que estamos perdiendo un poco el norte con esto de los móviles y la pandemia. No verbalizo mis pensamientos por no resultar aguafiestas, pero la situación se está volviendo preocupante, una “nueva ola” está tomando las calles y amenaza con volver a encerrarnos entre cuatro paredes para evitar que el dichoso bicho extinga a la humanidad.

De nuevo el WhatsApp

—Lo dicho chica en cuanto pueda te llamo y quedamos. Un beso guapa.

Terminamos el intercambio de audios con un beso, sí esos que ahora te mandan online, esos que tanto se echan de menos. Besar a tu madre, besar a tu hijo, besar, abrazar, tocar sin miedo… Hemos tenido que aprender una nueva forma de relacionarnos en este mundo que se ha vuelto de revés y en el que cuesta respirar, no ya por la mascarilla obligatoria, sino porque nos ahoga la falta de libertad y sobre todo porque planea sobre nosotras un futuro incierto que ya no solo depende de ti sino también de todos los demás.

Días después nos encontramos en esa hermosa calle que une la Alameda Principal hasta la plaza de la Constitución, en su esquina redondeada que ha sido, es y será el punto de encuentro para cualquier quedada en el centro histórico de Málaga. Muy cerquita del Puerto, bonita como siempre, su esencia sigue ahí en sus espléndidas tiendas, sus bares, el aroma a café y dulces recién horneados, pulcra y reluciente. Pisar sus adoquines me traslada a otro tiempo, a otra época, a otra vida, cuando era una más de un grupo de estudiantes que a diario la recorríamos para ir al instituto y quedábamos prendados de sus escaparates con maniquíes a la última moda.

Entre una multitud de gente admiraba a un mimo inmóvil, era atraída por la música de algún violín en plena calle o tentada a adquirir según la época del año un cartuchito de almendras fritas, unas castañas asadas, unos chumbos o una olorosa biznaga.

La calle Larios ha seguido enamorando a los malagueños y a los turistas de cualquier nacionalidad. Vistiéndose de gitana salerosa, cubriendo su cielo de farolillos en la feria. Luciendo mantilla en Semana Santa y siendo un espectáculo de luz y color en todas y cada una de las Navidades pasadas pero este año ha sido diferente…

Seguimos caminando en silencio con una sensación extraña. Aún tenemos tiempo hasta las seis para visitar alguna tienda, pero eso que disfrutábamos tanto antes ahora ya no apetece. La mal llamada nueva normalidad, nueva sí que es, pero de normal no tiene nada.

Respiro hondo, si la situación no mejora, puede que vuelvan a confinarnos. No hablamos, solo nos miramos y a la par dirigimos nuestros pasos buscando el ancla que nos dé la seguridad que nos falta. Saliendo de calle Nueva en Casa Aranda, la cafetería con más solera de Málaga, la encontramos. Pedimos chocolate con churros cargados de recuerdos y añoranza. Durante apenas unos minutos nos quitamos las mascarillas, olvidamos, dejamos que el olor y el sabor nos atrapen sentadas en una mesa en plena calle, hoy como ayer, como mañana.

Las manecillas del reloj no se detienen y marcan indiferentes el final de este encuentro, nos despedimos sin abrazarnos. Ella tiene turno de noche en el hospital y yo debo redactar mi artículo de opinión.

De camino a casa echo en falta las fotos de los trabajos en el alumbrado, sonrío, por una vez mi subconsciente y yo estamos de acuerdo en algo.

Termino de redactar el último párrafo y lo envío

El 2020 no ha sido un año más sino uno menos. Lo que hemos perdido es imposible de recuperar. Actuemos siempre con responsabilidad por respeto a las personas que ya no están y a todos y cada uno de esos héroes anónimos que se dejan la piel por cuidar y atender a los demás. Por ellos, por ti por mí, yo elijo salvar la vida, antes que salvar la Navidad.

Hagamos posible que el año que está por llegar sea el principio del final de esta pesadilla y no perdamos la esperanza de ver a nuestro Padre Jesús Cautivo paseando por las calles de Málaga con su túnica de piel de ángel, fina, sedosa, blanca, en la próxima primavera… en la próxima Semana Santa.


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