Eran las cinco de una nueva mañana. Todo estaba trastocado por la Cuarentena. Las horas. Los hábitos. Muchas dudas. Pocas certezas. El mundo de cabeza. Concentrarse para escribir una «Tesis Barrial» era imposible ¿Dónde buscar un tema ante tanta soledad? ¡Si hasta había olvidado como caminar una calle! Su cabeza explotaba. Se despertaba temprano. Miraba la hora: ¡las cinco de la madrugada! Observaba desde su balcón la ciudad desierta. Había extraviado el almanaque del tiempo como los vagabundos de los cuentos de Bukowski: ¿Qué diferencia significativa existía entre un lunes, un viernes, un domingo para esos inadaptados? No tenían hoy ni mañana. Mariana estaba como ellos…
Luego de darle vueltas al asunto pensó: «Si Shakespeare escribió Macbeth y El Rey Lear durante una Cuarentena, yo también puedo hacer mí Tesis: ¿por qué no?»
Hurgando su memoria recordó unos escritos de su Diario. Leyéndolos, emprendió un viaje hacia épocas de púber cuando con su padre, iban de paseo a la peatonal Florida en el corazón de Buenos Aires.
«El alma de los barrios se construye de variados compendios, escenarios, clases de gentes, mundos propios y ajenos, que decantan latiendo en un solo corazón. Una especie de sedimento colectivo, que surca las arterias de sus calles alimentando los íntimos sustratos de sus habitantes. Sus recovecos, sus colores, sus luces y sombras, sus alegrías y tristezas, sus personajes, todos conforman el espíritu del barrio. Hijos fecundos de la poesía ciudadana.
Buenos Aires tenía todo eso. Bares y esquinas donde lo lindo y lo feo confluyen por igual. La Costanera del río de La Plata, la noche porteña, los amaneceres. Todo encierra cierta nostalgia bucólica y gente mágica que la transforma. Los porteños se ufanan y regodean presumidos con esos seres que retumban entre la fama, la bohemia y la rebeldía. Esos «rebeldes sin nombres». «Desconocidos poetas». «Juglares» de murales, adoquines y música: «Los artistas callejeros». Los lugares no serían lo mismo. Son ellos quienes los visten. Los artífices de la esencia ciudadana pura. El alma de los barrios».
Con esa introducción comenzó su escrito. Deseaba destacar a esos forjadores de alegría callejera describiendo la fascinación que provocaban. El dúo compuesto por «Richard y Ray» fue el elegido.
Richard era un actor de espíritu libre. Los espacios cerrados lo asfixiaban. Ray, una marioneta hecha de aserrín, gomaespuma y madera, que vivía y dormía en un bolso. Despertaba, cada vez que el marionetista abría el cierre y movía con maestría los hilos que le daban vida. Entonces, el mono hacía su acto. Sentado frente al piano, jugaba con sus largos dedos sobre el teclado leyendo las notas como si entendiese la partitura. Sacudía la cabeza poseído por el espíritu de Ray Charles y cantaba: «Georgia On my mind». Concluida la presentación, abriéndose paso entre los aplausos, se paseaba gorra en mano buscando recolectar algunos pesos.
El marionetista se llamaba Ricardo Rodríguez: «Richard». Tenía 40 años y hacía diez que transitaba las calles de la peatonal dándole vida a Ray. Aunque tal vez, era al revés…
Los fines de semana y días feriados, llegaba con su número. Los transeúntes lo conocían. Incluso lo esperaban. Formaba parte del paisaje cotidiano. Richard, depositaba sus bártulos sobre las baldosas, abría su valija, acomodaba con precisión cada uno de los elementos para la función,y, al compás de la música que salía de un pequeño equipo, comenzaba su acto.
A menudo, solía comentarles a quienes lo interrogaban:
—»La calle tiene lo propio». A veces es más fácil, otras más difícil. Estás muy expuesto al ¡¿qué dirán?! Hay gente que te mira mal. Para algunos, eres más un vago que un artista. Se les notan las ganas de gritarte: ¡andá a laburar de verdad! Muchos piensan que vivo en la calle. No están errados. De noche duermo en un albergue. A cambio de comida y una cama presento alguno de mis números. El del mono es el que gusta. Creo que les cae más simpático que yo. Nos conoce todo el mundo. Yo voy a todos lados y a cualquier hora. Hasta los «delincuentes de la noche» me respetan… Soy un loco pobre y de barrio humilde. Vengo bien de abajo. Trabajé un tiempo en un almacén, pero no era feliz. Quería dedicarme a lo mío: El arte callejero. A veces, actúo sólo haciendo distintos personajes. Otras, con Ray, “el mono pianista». Él, es el más popular que tengo. El que se lleva todos los aplausos. El animalito fascina. Es dulce, simpático y hace reír. Además, me permite viajar liviano. Un bolso, la valija y ¡listo! Para hacer gira y vivir en la calle, hay que andar con poco cargamento».
Detuvo un instante su escrito y se puso a pensar, si cuando todo pasara, ellos seguirían allí ¡Tan vivos!¡Tan suyos! Y le vino a la memoria la única vez que charlaron:
—¿Cómo comenzaste ésta vida…?
Richard dio el último chupón a la bombilla. Levantando la vista del mate, con gesto confidente, le hizo señas para que se acercase un poco más.
— Bueno.., a ver…»la verdad verdadera» es que arranqué interpretando a Ray Charles, el músico que quedó ciego a los siete años. Construí un Ray Charles en mí persona y con un piano aparecí un día en la peatonal. Interpretaba a éste personaje negro, que tocaba el piano y cantaba. A todo el mundo le gustó. Entonces dejé de actuar en un teatrito de mala muerte donde no ganaba ni para comer y empecé a ir a la peatonal casi todos los días. La gente se acercaba y coreaba: ¡»el monito, el monito, miren que lindo el monito pianista»! El personaje que representaba era negro, de pelo encrespado, labios gruesos y lentes oscuros. Quizás les parecía un mono con gafas. ¡Insistían con el monito! ¡Y dale con el monito! Había una realidad innegable: veían al animal en mí. Entonces pensé en darles el gusto y construí la marioneta. Al final, confieso, creo que actuó mejor que yo.…
Cuando concluyó su tesis, desafiando todos los Protocolos, corrió hacia la peatonal. Le urgía encontrar con vida: «el alma de los barrios».
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