Mi amiga «Calle Corta»

Mi amiga «Calle Corta»

Ana Gimena

22/11/2020

Corría el mes de junio en la Patagonia argentina, cuando al girar hacia la derecha, en aquella esquina totalmente desconocida para mí, sentí que una avalancha de sueños se precipitaba en mi mente. En cada paso que daba me parecía que dejaba una huella que solo yo veía mientras el suelo me entregaba raíces. “Pico Salamanca”, decía el cartel indicativo. ¡Qué nombre extraño!, pensé.

Me enamoré apenas te vi, silenciosa “Calle Corta”. Así te bauticé. El viento me peinaba y despeinaba mientras contemplaba, absorta, la inmensidad que me presentabas, justo al frente de la vivienda que habitaría. Cerros lejanos, después de una profunda barranca y el cielo azul abovedado en el extremo austral de la república.

Apenas tres casas, todas contiguas y después la nada pues no había salida. Mi casita era la del medio, como si fuera un juego de naipes. “Calle Corta”, te volviste mi amiga. Te acuerdas las veces que regresaba, muy cansada, del trabajo y me esperabas, tranquila, diciéndome “Ana, ya estás en casa”.

“Calle Corta”, ¿recuerdas aquellos días de viento fuerte, con ráfagas que podían volar techos, y yo venía, con gran esfuerzo, tratando de llegar? Tú estabas allí, me estirabas tu único bracito, ese largo cordón de cemento que delimita las veredas, todas de tierra, de tu espacio. Ese espacio que permanecía tal cual la Madre Tierra, “Ñuke Mapu”, para el pueblo mapuche, lo había dado a luz.

“Calle Corta”, compañera de mi vida, mullido corazoncito de piedras que laten al compás del mío. ¡Tantas anécdotas compartimos! Imposible que las recordemos en esta plática pero sigamos trayendo a nuestra memoria todas las que podamos. ¡Cómo olvidar esos crudos inviernos cuando amanecías con una helada frazada tejida por las manos invisibles de la naturaleza! ¿Te acuerdas cómo sacaba el auto marcha atrás? ¡Sí! Lo hacía con mucho temor porque es difícil manejar sobre hielo pero confiaba en que me ibas a cuidar; y así lo hiciste, siempre.

“Calle Corta”, imposible olvidar cuando vinieron a cambiar tu fisonomía. Máquinas, obreros, materiales y mucho, mucho ruido soportamos durante un par de meses. ¡Pero quedaste tan bonita! Te pusieron una alfombra de terciopelo azul y completaron tu otro bracito, el cordón para la vereda del frente. Con ese vestuario tan singular seguiste acompañándome en cada momento.

Te quiero contar algunas cosillas muy íntimas, querida amiga. Vivir contigo es maravilloso. Me gusta “cuando callas porque estás como ausente”, como dice el poema. Pasas horas en estado de mudez total, ningún vehículo transita. Eso me encanta pues me permite escuchar el sonido del viento que sacude las copas de los arboles, los pájaros que trinan y hasta el ladrido de los perros de las casas más alejadas llegan hasta mí.

Tú recibes a mis amistades cuando vienen de visita. Les preparas un lugar para que estacionen sus autos. No sabes cuánto te agradezco que estés allí para nosotros. Tal vez mis vecinos no te valoran como debieran. Puedo ver que muchas veces te arrojan basura aunque eso tal vez sea una negligencia por no saber empaquetar, como corresponde, los residuos domiciliarios. De lo que sí estoy segura que no es negligencia, es lo que te hace la nueva vecina. Sí, “Calle Corta”, esa vecina, la que estás pensando ahora. Entre perros y gatos tiene como veinte animalitos. Tu espacio se ve invadido por una desafinada orquesta de ladridos y maullidos. ¡Ay, cómo me duele este atropello!

Prefiero seguir hablándote, y convoco a Neruda. Me gustas, “Mariposa de Sueño”, porque me ofreciste al amor de mi vida. Abriste puertas y compartí seis años con una persona única. “Calle Corta”, éramos tres. ¡Cuánto nos extraño! Solas quedamos… Esta macabra oscuridad que asola en 2020 nos dejó en tinieblas; por eso más te quiero y me aferro a ti, amiga incondicional.

“Nadie nunca te reemplaza y las cosas más triviales se vuelven fundamentales”, como dice Benedetti. Contigo es así. No olvides que “Si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo” (sigo hurtando versos de un poeta extraordinario para regalártelos). “Calle Corta”, compañera de camino, agradecerte por todo lo que me has dado es poco. Quisiera…

¡Shhh! Ana, haz silencio, por favor. Soy yo la sorprendida, nunca nadie reparó en mí, nunca nadie me habló así. Es más, siempre creí que yo era una cosa, un objeto, algo que estaba allí para servir a las personas. Jamás pensé en mí de otra forma. Me hiciste ver cosas increíbles, y sentirlas. Escucha bien, pues creo que no podré decirlo de nuevo.

Te vi llorar incontable cantidad de veces en el patio de tu casa, por lo general, mientras regabas las plantas o arreglabas el jardín. En esos momentos yo rogaba que la energía sanadora de la naturaleza, nuestro Newen, te ayudara a superar lo que fuera que te pasaba.

Ana, te vi venir más que cansada, agotada, de buscar medicación o ayuda para ese amor a quién cuidabas y adorabas. Tu vida casi era un culto hacia su persona, a tal punto que llegabas a relegarte a un segundo plano.

Te vi llegar alegre y feliz con chocolates, un buen vino o un rico pastel. Te vi cuidar a los cuatro perros que abandonaron. Te vi tratarlos con cariño, cocinar para ellos, hablarles…

Te vi salir por las noches a mirar la luna y te vi partir, cada mañana, hacia tu trabajo. Ibas contenta, pensando en cómo organizar mejor tu tarea, que el tiempo rinda y que todas tus acciones sean productivas.

“Calle Corta”, ahora la sorprendida soy yo. Si estoy segura de algo es que siempre estaremos unidas, tanto que te estuve preparando unos versos. Le podemos poner música, la que te guste a ti. Escucha, cómo si te los cantara, y disimula si es que desafino:

Calle Corta, Calle Corta,

del viento que despeina,

Calle Corta, Calle Corta,

de la brisa que aconseja,

Calle Corta, Calle Corta,

que me mira desde lejos,

Calle Corta, Calle Corta,

que me acaricia desde cerca.

Hoy te grito con el alma:

¡Mañumeyu inka!

(Gracias)

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