RECUERDOS DEL FUTURO

RECUERDOS DEL FUTURO

Jorge Torres

13/11/2020

RECUERDOS DEL FUTURO

No sé si algún lector le ocurrirá lo mismo que a mí, o algo similar, aunque realmente he confirmado que a mucha gente le ocurre esa sensación de ser poseedor, de nacimiento, de una caja de fotografías mentales, quizás desordenadas, a lo mejor no muy claras, aunque no sea mi caso.

Las mismas a lo largo de la vida van apareciendo plasmadas en realidad, lo cual hace que al ver esa realidad uno recuerde la montaña de fotos del futuro que dentro de uno guarda. Así fue que de nacimiento vino conmigo ese perfume dulce que brindan los jacarandaes en noviembre hasta que pude abrir los ojos y entender que estaba rodeado de ellos y verlos crecer al ritmo que yo crecía, y subir a la terraza de mi casa y jugar con sus diminutas hojitas que acariciaban mi rostro y entremezclar mis sentidos, con sus campanitas teñidas de añil y disfrutarlos pues sabía bien que tenía una foto donde ellos ya no estarían, brindándole al paisaje sus ramas cercenadas por una mala poda, que convertirían mi vergel en un paramo signado por la muerte.

Esa foto seria la señal de partir, de dejar allí muchas otras fotografías cumplidas. La mayoría de ellas gratas, si es que no recaemos en andar hurgando en las que no lo fueron.

Así me fue ocurriendo con cada una de las personas que de alguna manera tuvieron un rol importante en mi vida, es como que ya sabía que ellas interactuarían conmigo en determinado momento, para bien o para mal. Pues era inevitable que así sucediera, por el solo hecho de estar su foto presente en mi álbum mental o entre mis recuerdos del futuro como yo lo suelo llamar.

Desde chico tengo presente en mi álbum, la foto de una playa interminable engarzada en olas, adoquinadas de almejas. Nunca comprendí bien esa foto, hasta que estuve allí y quede perplejo viendo la luna llena despertando del mar, inmensa, furibunda, en rojo bermejo. Y camine su adoquinado mil veces esperando amaneceres poéticos que mis retinas fotografíen, para siempre. Dejándome anclado a la vera del océano a la espera de la última fotografía.

En la foto que da cierre al álbum, puedo contemplar claramente una mujer alta, cuando digo alta, es alta más de un metro con ochenta centímetros seguramente, delgada, de una edad aproximada a los treinta años. Negra, cuando digo negra, es  de esas africanas que se le pueden observar los nudillos de sus manos casi anaranjados, que la adornan como anillos, que la naturaleza le obsequiara. El detalle de sus manos, los guardo en fotos detalladas como bien puedo transmitirlo. De cabello lacio, corto, obviamente renegrido, impresionantemente bonita con un dejo de tristeza en su rostro, que solía rondar mi cama acercándose con frecuencia a observarme, con una sonrisa melancólica.

En ellas me veo ansioso, impaciente, esperándola en una habitación, recostado en una cama hasta que ella llega, me saluda alegrándome un poco el día, me acaricia, me palmea, me da fuerzas para continuar. Veo claramente la foto donde ella está totalmente vestida de blanco, color que le da un contraste especial a su angelical rostro, la veo enérgica montada arriba mío masajeándome, sacudiéndome, haciéndome saltar eléctricamente de la cama, en un ritual que me hace intuir veladas de sexo desenfrenado a las cuales no sé si por edad estaré a la altura de cumplir con tamañas exigencias. Pero igualmente es el día de hoy que sigo esperando que esa foto se materialicé, ansioso quizás porque ese futuro se haga carne.

La rutina, el ir por la playa, al supermercado, el saludar a las viejas conocidas que habitan en sus cajas, la vuelta, cocinar, distraerme en la web, distraerme en la web, dos veces y salir, si el tiempo ayuda, caminar hasta el faro de Punta Médanos, si me siento con fuerzas y tiempo, o quizás más cerca, hacia los muelles de La Lucila del Mar (mi preferido) y adentrarme en el bosque o bien al muelle de Mar de Ajó e internarme en la ciudad a caminar por su pequeño centro a comprar alguna bebida para el regreso o sentarme a tomar algo en alguna confitería. Rutinas propias de alguien que ya ha cumplido buena parte de su vida y se regala unos últimos tiempos en un lugar, destinado al relajo y el esparcimiento.

Fue una tarde, al entrar rutinariamente en mi confitería preferida que la vi sentada allí, Sin dudas sabia que entraría en mi vida de alguna manera, pues había comenzado a anhelar que esa última foto se cumpliera. Pregunte por ella en la barra del bar, me dijeron que solía venir de tanto en tanto, pero no supieron brindarme más datos. Hasta que una tarde la volví a encontrar sentada allí, imponente. No podía dejar pasar esta oportunidad, si de todas formas sabía bien que no me rechazaría, de hecho estaba entre mis fotos, pertenecía a mi vida con seguridad. En el lapso que pensaba con que escusa sentarme en su mesa. Veo que ella se incorpora, gira y me clava los escarabajos renegridos que traía por ojos, unos ojos que yo guardaba bien nítidos en mi memoria.
Tardo unos instantes eternos en decirme: “ Se que lo nuestro es inevitable, lo percibí desde la primera vez que has entrado a esta confitería y creo que tu también lo sabes, pero todavía falta un tiempo para que interactuemos, en verdad no hubiera querido saber nunca de ti, me llamo Diana, soy medica encargada de guardias del Hospital de Mar de Ajó, solo espero volver a verte lo más tarde posible. Disculpas, sé que me voy a equivocar. Yo perderé mi título y tú la vida. Podría decirte que escapes, que te alejes de mí, que te vayas muy lejos de esta ciudad. Pero sé que es vano, lo siento” Se incorporo, me regalo una última mirada y se fue, dejando confirmada nuestra cita y haciéndome comprender que todos guardamos recuerdos del futuro algunos más frescos, otros más difusos. 

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