(Fragmento modificado de mi novela La Cumbre y el Círculo del fuego recién publicada)

Gambote ha cambiado. Ya no es ese viejo poblado parroquial. La modernidad lo convirtió en una ciudad escabrosa y molesta. Lo ocurrido a mi padre y a mi madre, y lo del robo del péndulo, son señales del cambio. Por los años que pasé por fuera o por ocuparme de otros menesteres o por indiferencia, me alejé de la realidad de las calles de este legendario pueblo.

Tanto tiempo encerrado en esta casa, que ignoro las nuevas realidades y a la auténtica Gambote de hoy. Muchas generaciones han vivido en este lugar y cada una ha escrito sobre los vaivenes de sus calles, antes polvorientas y amigables.  

El mundo ha cambiado y Gambote también. En la creencia de que entrará al futuro, dejará de ser lo que es. Se eliminó la sensatez y el sentido común y llegó la corrupción y la violencia. La sangre empezó a correr por los caminos y los días y las noches se empaparon con las lágrimas de los desposeídos y temerosos. Y las calles se cubrieron de sepulturas. Difícil ocultar que a este pueblo se la tomaron la violencia y la corrupción. Se sospecha de un ‘club’ que lo controla todo. 

Vivía convencido de conocer las calles de Gambote. Lo creía por los recuerdos de mi niñez o por la lectura de lo que mi abuelo y mi padre reseñaron. Pero me equivoqué. Tiempo sin andar sus calles me mantuvo despistado y terminé creyendo que nada o muy pocas cosas habían cambiado. Imaginé aquel viejo poblado que recorría bajo la lluvia y con los pies descalzos; deambulaba y tropezaba con los amigos de las pilatunas que celebrábamos a carcajadas; pensaba en aquel terruño que me vio crecer, y me vio enamorar a las chicas, que por su elegancia, y su forma de mirar y andar, me creí que eran las criaturas más bellas del universo. Me equivoqué. 

Mi padre ha dejado de escribir y un vacío se presentará en los relatos. La continuidad de los mitos y leyendas, de fórmulas y secretos, llegará a su fin. Continuar escribiendo traza mi destino, pero narrar como está escrito es otra pesadilla. Narraré lo que veo, escucho y siento. Camino un par de calles y observo que lo de ayer se esfumó. De las imágenes descritas en las páginas, poquísimas se salvan. Pesadilla o no, he de continuar escribiendo, pero… ¿a cuál Gambote he de referirme?

¿Cómo olvidar esos mitos, creencias y relatos que se tejieron en la historia oculta de Gambote? ¿Cómo ignorar la belleza de esas calles que sus primeros hombres diseñaron al lado de la primera casa? ¿Qué de esos monumentos alzados para gloria de los primeros pobladores? La Catedral y sus cúpulas, y las casas de antaño, ¿dónde están? ¿Y los amigos de infancia? ¿Acaso, se fueron?

Anotaré lo que vea, escuche o sienta.  Pareciera que media humanidad viviese en este lugar. 

Del Encomendador se ha dicho muchas cosas, aunque son más las que se callan. Se afirma que es dueño de todas las tierras allende Gambote; que monta a caballo y viaja en aviones silenciosos, ocultos y rápidos como el viento o como el tiempo, que es siniestro y aliado de Sombra o de la Bestia o es ella misma. 

Todos aquí viven dominados y creen en granos de maíz, frijoles, cebada y trigo; papas, ahuyamas, plátanos, vacas, peces, cerdos y otros alimentos gigantescos que bastará uno para alimentar a Gambote. No se recogerán semillas para la siembra; pero se producirán papas como una patilla, y frijol, trigo, cebada y maíz tan grandes como una calabaza, y hablan de guisantes, repollos, remolachas, coles y lentejas del tamaño de una zanahoria.

Exterminará la rebeldía, las protestas y la sedición de quienes insisten en el esquema libertario de las calles implantado por los Benítez. Vocifera que los tiempos a venir serán mejores que el fantasioso mundo de libertad, igualdad y tolerancia predicado por ellos. Profetiza que volver a ese mundo será igual de peligroso como un mundo basado en la razón o en la lógica. Exclama que la libertad de discernir en las calles es dañina y perversa. 

Gambote ha dejado de ser aquel poblado en el que bastaba asomarse para que una multitud saludara y recibiera el saludo como el mejor regalo del amanecer. Con el miedo incrustado, los gambotenses eran libres de caminar hasta cuando aparecieron la crueldad y el terror, y la obediencia y la sumisión se unió, pero ellos lo ignoran. 

Nadie se conoce y escasean los saludos. La gente transita cubierta de miedo y andan invadidos de un letargo por los estridentes sonidos y con la vista nublada por la nube de la violencia. A la violencia la cubrieron con los olores y el gruñido del cerdo, y con el manto gris de la Bestia. En el fondo, el eco retumbante de la voz del Encomendador.

También los sonidos, el aroma y los colores de la violencia ensombrecen los mensajes de los astros y la luz que emana de la bola de cristal. Apabullan el canto del ave en mi jardín; silencian los mensajes adivinatorios como si estuvieran arropados por la negrura de un follaje. Nubes grises empañan mi visión. Hibernarán las ansiedades de quienes a mí acuden.

¿Dónde están las voces y los sonidos que salían de las guitarras y los acordeones? ¿Esos que se escuchaban por las calles adornadas con jardines calcados de la mismísima Babilonia? No están, se fueron. ¿Por dónde andarán aquellos que decían defender esa vieja Gambote autónoma y libre? 

Hordas de ladronzuelos recorren las calles a la caza de una víctima. Pienso que les place el dominio del tenebroso personaje y su amo ejercen sobre ellos. 

Son otros tiempos. La gente muestra alegría con el cerdo que llevan a su lado. Pasean y duermen con el cerdo sin que les importe su fetidez. Recurriré al libro magno, trazaré un plan, removeré piedras, y escudriñaré lugares y escondrijos, investigaré crímenes y robos; daré con el responsable de las heridas infligidas a mi padre, y con aquel que causó la tragedia a mi madre: La calle será mía. 

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