Calle Fco. I. Madero

Calle Fco. I. Madero

Nació vigorosa y se desarrolló muy bien. Superó las primeras enfermedades de su infancia como la viruela, que fue traída del continente europeo, así como el sarampión y otras calamidades. Su corazón creció muy sano con cuatro arterías que servían de circulación para su torrente sanguíneo. Cada dieciséis de septiembre, desde la válvula principal, siempre había sonado esa palpitación nacional llena de heroísmo y orgullo. Se ha mantenido viva la tradición por muchas décadas, pero hubo un período en el que se estuvo al borde del infarto. El sentimiento patriótico ha alimentado este corazón tan fuerte, pues es mitad cantera y mitad piedra volcánica.

Han sucedido tragedias. Muy cerca de ese órgano vital, en la Plaza de las Tres Culturas, sucedió la peor destrucción de anticuerpos. Un virus armado de cañones, granadas y bayonetas descuartizó los mejores glóbulos blancos y hasta alteró la cadena genética. El estado de salud de esta metrópoli comienza a mostrar enormes problemas. Desde los años ochenta, los coágulos, que se han formado por descomposición de la sangre, han obstruido las arterías y han limitado la entrada de oxígeno. Es por eso que en la cabeza se han registrado traumas irreversibles como la pérdida de la memoria o las ininterrumpidas jaquecas. La metrópoli tiene mucha vida por delante, pero las toxinas la han desmejorado mucho y para llegar a la senectud en buen estado será imprescindible sanear todas las alcantarillas y dejar de contaminar con sustancias nocivas. La reforestación es obligatoria, ya que el único pulmón que tiene esta urbe no le proporciona la cantidad necesaria de aire que requiere por su tamaño y peso.

Mucho tiempo he trabajado en una zona donde hay una vena que lleva el nombre de Fco. I Madero. Allí se siente el funcionamiento del sistema nervioso central. Uno se da cuenta de inmediato qué órganos están fallando. Cuando hay dolores punzantes e intoxicación, en esta vena se produce una gran obstrucción. Desde hace mucho aquí son comunes las varices y el dolor merma. Los fines de semana es más leve. Hay una alteración contra la que no se ha podido conseguir nada. Es el maldito insomnio. El problema es que, con tantos coágulos, además del exceso de sustancias perjudiciales como el colesterol, la cafeína, la nicotina, el alcohol y las drogas, se ha optado por una vida sedentaria y a veces parasitaria. Esta falta de actividad ha traído como consecuencia que el cerebro se atrofie. La ciudad era activa hace mucho y se recuerdan grandes acontecimientos que nos hinchaban el pecho de vanidad. Las medallas de oro y el reconocimiento internacional se ven como algo muy alejado de nuestra época, tal parece que son de otra vida o que le pertenecen a otro ser. La causa es sin duda la alimentación.

Este enorme cuerpo consume muchísimo alimento y, por desgracia, desde la adolescencia los malos hábitos nos han provocado obesidad crónica. Se tienen los mejores planes y siempre se habla de la actividad física, pero el problema está en la cabeza que se decanta por el placebo y se inventa su propio mundo paradisiaco. Es una realidad ocasionada por una desviación mental para mantener la apatía. Con regularidad se extirpan trozos de piel, se arrancan las uñas y se hacen intervenciones quirúrgicas en las zonas que no requieren del bisturí. En cambio, los tumores cancerígenos que llevan casi medio siglo destruyendo todo a su paso, apenas están siendo tratados. La corrupción que produjo la anemia, las intoxicaciones y los desmayos, se tomó siempre como el síntoma de una fuerza externa o del mal de ojo.

Se trató por todos los medios de ocultar las secuelas de los venenos que se inyectaban, pero ya no hay forma de hacerlo. La vista, que era muy buena hace quinientos años, es víctima de la miopía. No sé si exista otra urbe con las mismas características de la nuestra, pero con la nueva realidad se han disparado las alarmas. La pobreza, que ya había afectado la osamenta con osteoporosis, no se trató nunca y el dinero designado a los medicamentos y tratamiento de esa afección se despilfarró en lujos, orgías y alcohol. De vez en cuando hay convulsiones, son ocasionadas por la epilepsia. Es un problema hereditario. Hace muchos siglos algo pasó en el cerebro de nuestros ancestros y esa calamidad nos acosa de vez en cuando. Las dos últimas veces fueron fatídicas, hasta hubo fuertes hemorragias que nos hicieron perder defensas.

Como buen ciudadano logro ver todo esto desde mi ventana. Quisiera encontrar un remedio milagroso, ungüento o jarabe, que nos quite la fuerte inflamación y el dolor. Muchas veces trato de hacer la vista gorda, pero la conciencia me riñe con fuerza cuando paseo y veo un enorme mástil con una enorme bandera en pleno Zócalo. El aire se llena de viento de trompetas y los tambores dictan la marcha de los soldados que patrullan todas las calles buscando bacterias o virus. Muchas veces han logrado erradicar bichos peligrosos, lo malo es que falta una dosis más grande, más potente porque el bicho muta y si no se tiene una vacuna adecuada comienza la epidemia después del primero de diciembre.

De mi calle puedo decir que está en buen estado. Se puede embellecer si se toman vitaminas y se trata la variz evitando las congestiones. Los nidos de golondrina se han quedado vacíos. Ya no vuelan por aquí esos pájaros de esperanza, ya no nos libran de las plagas de insectos. Otros males que he notado en la metrópoli son las hemorroides, la gastritis y la inflamación de sus testículos. Los últimos sexenios se ha abusado de la viagra y los efectos secundarios han sido impredecibles. Ya no se valora al género femenino y se le destruye con irrigaciones de feminicidio. ¿Qué puedo decir de mi calle? Está como está por el conjunto de calamidades. La quiero desde siempre y espero que sea bella y esplendorosa por mucho tiempo.

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