Decidí hacerme perdedor. Tocar fondo de forma voluntaria y con la intención de mantener ese status de forma permanente. Así, liberado de cualquier presión, de cualquier responsabilidad, comenzar a crecer como escritor desde cero. Esa fue la parte anímica. La otra, más… técnica, fue complicada, pues supuso eliminar prejuicios y olvidar mi orgullo. Esa fue la función del taller.

Entonces, ya sí, como perdedor que no sabía escribir, pude ser capaz de comenzar a crecer.

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