Por más vueltas que le daba era incapaz de localizar aquel desagradable rozamiento. Algo no encajaba. ¿Quizás la estructura? Desesperado, opté por llevarlo al taller. Allí una docena de manos, ante mi impotente mirada, desensamblaron cada engranaje puliendo las piezas que había pasado por alto.

Al salir, el resultado recibió las alabanzas de todo aquél que lo veía. Sin embargo, aquella noche no pude pegar ojo: el rozamiento ya no estaba, pero, en alguna parte, notaba un guisante escondido.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS