Nunca articulé un párrafo cuando ella estaba. Escuchar sus textos era embelesador. Una vez la sorprendí mirándome. Sonrojada, siguió escribiendo. Ya no pude dejar de mirarla cada sesión del taller.

El último día me decidí. Me aproximé hacia ella y cuando iba a hablarle escuché una voz muy grave detrás de mí que decía: “María, siempre admiré tus textos. ¿Quieres ir a tomar algo?”. Sin titubear dijo que sí y salió rápido caminando junto al compañero que cada clase se sentaba a mi lado.

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