Para ser sincero, no tenía demasiadas ganas de inscribirme. Estaba convencido de que no necesitaba mejorar mi habilidad para combinar con gracia las palabras pero, a la vez, sentía curiosidad por lo que podría aportarme Luis Crespo, un reconocido maestro del género dramático, al que admiraba.

Decidí apuntarme el último día, por teléfono, y me atendió una mujer demasiado entusiasta para mi gusto:

– ¡Qué suerte tiene! Acaban de anular una plaza hace un momento. ¡No había sitio! ¿Su nombre es…?

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