La manzana, el universo y yo

La manzana, el universo y yo

stefano

30/04/2020

Descansaba en un rincón, justo entre la pared y el sofá; podía verla, pero no alcanzarla con la mano. Había llegado hasta aquel punto después de haberse caído desde la mesa y rodando por el suelo de madera se había metido debajo del sofá, resbalando por fin contra el zócalo y parado balanceándose conforme a su equilibrio indiferente, reducido solo por el lado donde había chocado con el suelo y se presentaba ligeramente aplanada y, entonces, mas estable.

Y ahora… ¿quién me la arregla?

Si fuéramos todos terrícolas, probablemente no nos quedaría otra que admitir que en este caso no podía ir de manera diferente, pues lo sabemos por Isaac Newton y la fuerza de gravedad. Por esta razón yo la corto en dos tan pronto como la veo, así no hay peligro que se caiga, sino que se parte en dos mitades, cabeceando como veleros en un fondeadero, para luego parar, semi estables.

Ya, ya… como si fuera sencillo… ¡hay que tener cuidado! Las dos dos partes tienen que ser lo más similares posible, para moverse de forma simétrica, brevemente, sin digresiones. El criterio a seguir consistiría en dar exactamente en el centro de aquel extraño embudo que se encuentra en el polo norte del pomo; en apoyar el cuchillo por la mitad del hueco, justo donde sale el tallo, asegurándose de bajar la hoja con rapidez según el plano sagital, a fin de pasar por el centro del corazón, llegando perpendicularmente hasta el plano de apoyo, justo por el diámetro de aquella otra curiosa cuenca con forma de copa que se encuentra en el polo opuesto, separando los sépalos que contiene.

Es la única cosa que hacer. Ni siquiera un mordisco en una parte cualquiera de su cuerpo nos proporcionaría la seguridad de no verla (o si) caer de la mesa, rodando por el suelo para ir a esconderse vete a saber dónde! A no ser que decidamos usar la cavidad donde la mordedura como base de apoyo (pero bueno, que asco!!). Mejor comerla pronto en ese caso…

o cambiar de planeta!

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