Hoy en mi día 41 de aislamiento social, preventivo y obligatorio finalmente valoro el relato que mi abuela me contaba cada 24 de marzo, salvando las innumerables diferencias comprendo lo que es estar encerrado con miedo a perder la vida o a un ser querido. Siento el mismo deseo que mi pueblo en aquella época de dictadura militar, el deseo con ansias de salir de mi casa y que todo esto termine.
Desde las comodidades y seguridades de mi hogar comprendo, aunque sea extensa la brecha, el anhelo de libertad de un/a condenado/a. Extraño la libertad de circular por las calles de mi ciudad, las numerosas reuniones con amigos y familia, la tan detestada rutina, los abrazos, las charlas, la interacción social en sí. En un momento como este extraño lo más simple y esencial de la vida, lo sencillo que pasaba desapercibido días atrás.
No es un requisito o una condición atravesar por el mismo marco que el otro para tener empatía, pero me ha permitido comprender, entrar en razón y hasta pasar por los mismos estados emocionales.
Lo lamentable es tener que haber llegado a esta situación para reflexionar y tomar consciencia sobre diversas situaciones personales e históricas. Es lastimoso que sea necesario estar situado en este contexto de encierro para considerar y valorar las cosas tan simples que en su momento pase por alto.
Este acontecimiento a nivel mundial en el que estamos sumergidos me invita a reflexionar sobre los errores y el estilo de vida individualista que llevamos a cabo día a día. Este evento puede ser un llamado de atención que nos indica que algo estamos haciendo mal, que no somos indispensables como creemos, simplemente somos meros visitantes al paso.
Pero toda crisis es una ocasión para un nuevo comienzo, el virus que hoy nos azota es una nueva oportunidad que nos brinda la madre tierra para corregir nuestros desaciertos. ¿Será la última oportunidad?, no tengo respuesta alguna pero lo que sí sé es que todavía estamos a tiempo…
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