CAFE.

Amanece. Lo sé por el color del cielo y por el silencio cálido con que el sol abraza la montaña al noreste. Hago un esfuerzo mental por recordar el día y me doy cuenta que hay cosas que hacemos vitales y no lo son tanto. Y no es que ya desprecie los elementos del tiempo, la locura no llega a tanto.

Me levanto sin la obligación de hacerlo, sin hábitos. Solo me mueve el instinto. La necesidad ajena de moverme, alimentarme y el fastidio que produce la cama luego de 8 horas de ocupación por parte de mi cuerpo, que es de quién hablo. El dependiente, el necesitado. En ese momento la aglomeración de pensamientos llega a ser inútil.

La esencia que soy apenas necesita algo. Una voz humana, real, nueva, sin intermediarios electrómagneticos. Ondas hertzianas creo se le dice. En fin eso no importa. Solo el eco  de una voz humana poblando este pequeño universo. Pero no está y solo queda algo para verificar que estoy vivo. Voy a la despensa, reviso la lata curtida y aspiro el aroma. Agrego agua caliente, azucar. Aún tengo café, no todo ha terminado.

J. C. Diaz Méndez

Mundo Abríl 2020.

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