Ella, yo y mis cuatro paredes.

Mi cuerpo se resiste a pararse pero tengo que sacar a mi perra, aveces la dejo subir a la cama como intercambio por un rato más de sueño. Había estado leyendo noticias y comentarios acerca de la fortuna de no tener hijos, en una pandemia; me giro y ahí está ella, ocupando media cama y yo como un pedazo de madera inerte en un extremo. Recuerdo habernos desvelado viendo «El padrino»; sí tiene siete años y le gusta ver sangre quiere ser cirujana. Un bombaso irrumpe la escena, Apollonia estaba dentro del auto:

– Me gustaba ella para él; «Michael» en la película. Era más bonita como todas las que somos pobres.

Reí sin parar hasta fundirme.

Aveces pasamos días en pijama, no se quiere duchar, ni hacer tareas, otros quiere bailar, acampar, construir túneles con viejas cajas y pintar; ese día intenté pintar algo y de entrada lo dañe. 

-Mamá, equivocarse quiere decir que estás aprendiendo.

El fin de semana, he optado por no planear nada pero hoy me levante con ganas de hacer bajar gotas de sudor por mi frente y sentir arder mis piernas. Ella quiere que juegue con ella, había desarmado un juguete de hilos de la perra y se hizo un lazo, yo trató de seguir mi rutina, la perra me muerde los pies a cada intento, ella insiste nuevamente. 

-Una hora. Yo también necesito mi espacio. Terminé por gritarle.

Hoy me levante enferma debe ser porque no dormí escribiendo esto, seguí trabajando, el dolor y las náuseas era  insoportables, caí en la cama al terminar. Ella llegó con agua, me arropo, limpió mi cara y empezó a leer un cuento.

Habíamos comprado una mesa hace unos par de días, fue un reto armarla.

-Mamá escuchas ese chirrido, creo que la mesa quedó mal armada ojalá no se desplome con el televisor. 

Yo ya había escuchado ese sonido durante la cuarentena, venía del piso de arriba, me daba un poco de envidia, sonreí.

-Vamos a poner música para dormir, le dije. 

Y desperté viendo sus huequillos a los lados de su sonrisa.