MI ABRIGO DE PAÑO GRIS «I»

-¿Dónde están las llaves del coche?

-¿No están en el mueble del recibidor?- Pregunta Esteban.

-No…

-Ni idea. Yo no las he tocado para nada. ¿Has mirado en la chaqueta que llevabas antes del confinamiento? -Claro… pienso.

El abrigo de paño gris, el nuevo, el que me compré en las pasadas rebajas. Lo encontré por casualidad, no tenía en mente comprarme ninguna chaqueta, y me enamoré de él en dos flechazos: el primero al admirar en el espejo lo bien que me sentaba, y el segundo al comprobar el suculento descuento. Hace un mes que no me la pongo, el mismo período que llevo sin utilizar el coche. La última vez que conduje fue para ir a recoger a Joan al colegio, y no era un día soleado y primaveral como el de hoy, que se puede salir en mangas de camisa. Así que ahí cuelga impoluto, en el perchero del recibidor, pobre, ajeno a toda esta historia, como si esperase que lo fuera a sacar de paseo. Pero el buen tiempo nos ha atropellado sin apenas darle cancha y me temo que, a mi regreso, mejor guardarlo ya en el armario para que deje de coger polvo. En otoño, cuando los días refresquen, de nuevo será bienvenido.

No es que no haya pisado la calle en estas semanas… pero el coche no lo he necesitado. Me he acostumbrado a hacer la compra en las tiendas del barrio, las de “productos de primera necesidad”, como solemos decir ahora -las que permiten que estén abiertas- y con el carro de la compra, que antes se moría de aburrimiento en la galería, salgo una vez por semana y cargo. Luego ya, si va faltando alguna cosa como pan o más fruta, pues baja Esteban.

Como ha cambiado la vida en pocas semanas para todo el mundo… desde aspectos generales hasta muchos pequeños detalles. Me resulta asombrosa la resiliencia que hemos adquirido la gran mayoría de la población.

-¡Las tengo! -Efectivamente, en el bolsillo del abrigo. Suerte que aparqué debajo de casa, porque si no, seguramente, no me acordaría de donde dejé el coche.