“Uno de estos días empezaré a escribir de nuevo”, me decía. Pero no me lo creía. Cada vez que lo intentaba se formaba un escudo denso y potente entre mi mente y mis deseos. Dura batalla que no ganaba nadie. Lo dejaba en tablas. “No. Hoy tampoco”

Pero mira tú que una realidad tan cruel como la que estamos viviendo se ha aprovechado de mi sensibilidad, mi dolor y pesadumbre y me obliga a imaginar relatos y, más fuerte aún: llevarlos a la práctica. Sin pensar en que sean leídos y cuestionados. Solo porque necesito plasmar mis revoltijos neuronales (??) y que descanse ese algo que es lo que supongo que es el alma. Podría cocinar, hacer manualidades, cantar, leer…

No. Ahora, por lo visto, ha tocado escribir. Escribo sobre deseos truncados. Perspectivas aparcadas esperando mejores momentos. Sobre sonrisas y palabras que se enredan de país a país por medio de una pantalla a la que he logrado querer, necesitar como la vida misma.

Escribo sobre el mar que me rodea, tan cerca que, si me descuidara en su contemplación desde el pretil de mi terraza, podría precipitarme, en principio a las rocas y, como es Atlántico y norte, seguidamente ser arrastrada hacia el azul robado al cielo. Este mar, ladrón maravilloso que me invita siempre a divagar a su costa…Él sabe que es mi musa.

Escribo sobre la angustia, para terminar todos mis escritos con un sentimiento esperanzador que siempre tiene la palabra FIN como protagonista invisible. Necesito impregnar de humor mis letras. A veces lo consigo y otras…pues se va quedando por el camino sin darme cuenta. Mis escritos se sumergen y ebullen constantemente y, sean como sean, es un placer su compañía en esta soledad impuesta.

Quizá, algún día, llegue a ojos queridos y lejanos y vean-lean- que mis letras fueron armas potentes de defensa en unos momentos extraños, de miedos compartidos con desconocidos y, sobre todo, de fortaleza recíproca aun sin saber unos de otros: unidos por el miedo, pero firmes ante el futuro.

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