Volverán los 23 de abril…

Bip Bip. Ya son las 10 y como cada día la alarma del móvil da comienzo a un nuevo día en mi cuarentena particular.  Hoy por primera vez decido no posponerla y ni siquiera pienso: «¿Para qué me voy a levantar ya si no tengo nada que hacer?». Bien Cristina, has alejado ese hastío y la negatividad en la que estabas sumida. Te pones el chándal, los cascos y comienzas a hacer tu rutina de deporte. Que la cuarentena nos ha cambiado es una realidad, pero en mí ha conseguido lo inimaginable. Yo. Haciendo deporte. Sin ser obligada. Por iniciativa propia. Esto tiene que parar o acabaré desarrollando un alter ego fitness que no me gusta nada.

Después de un desayuno de campeonato, me dispongo a ordenar la habitación (sí, también por iniciativa propia, esto va de mal en peor) con un humor inmejorable. Pongo mi música favorita, les doy a mis hermanas algunos trapitos que jamás me pondré. Todo son risas, abrazos. Qué bonito todo, qué felicidad tan ñoña.

No te preocupes, esto va a cambiar en 3,2,1…

Ahí está. El calendario lo muestra bien claro. Jueves, 23 de abril. Y con él llega la tristeza, la melancolia, el vacío, la añoranza. Uno de tus días favoritos del año porque representa una de tus cosas favoritas: la lectura. Y de repente, vuelves al Día del Libro del año pasado. Llovía mucho en Zaragoza, pero allí estaban los puestos de las librerías y los claveles rojos y amarillos y la gente y la bandera de Aragón y ese olor a libro nuevo y esa felicidad al sumergirte en una nueva historia. Y de repente, recuerdas cada Día del Libro y de San Jorge de tu vida. Desde que eres pequeña no has faltado ningún año y así lo muestran las estanterías de tu habitación abarrotadas de historias.

Máldita sea, no tenías que haber mirado el calendario. Ahora, tu día es un drama de esos tan lacrimógenos. Suena «Podría ser peor» y coges tu libro favorito. Ni siquiera eso funciona. En fin, solo queda la esperanza.

Volverán los 23 de abril…