Soy un tallo de tierra empobrecida
vegetal de fibra amarga.
Soy capullo luchando por abrir
antes que agonice el polen de su flor
lo dejen apuradas mariposas
que pronto se oscurecen.
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Hojas secas
que el viento amontonara
regresas con verdor a mis insomnios.
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Es cruel resucitar el ángel
que el mundo contamina.
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El amor es hongo en rama seca
los dos apuestan la muerte
del que sucumba primero.
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No hice nada
la vida desluce el espectáculo aparente.
No es mi culpa
presenciar el derrumbe
de un rosal de cenizas.
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Soledad
es hablar al silencio de tu ausencia
siglos de placer desvanecidos
sobre un desierto recién creado.
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Viajan serenos
arroyos y rebaños
por estos pastizales
que abandonó el mundo.
Acojo la quietud que me negaron.
Al fin… el olvido que merezco
en este florecer de la vida
entre racimos muertos.
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Ayer, fui el hincado
en todas las esquinas
desnudo a veces
por miradas impúdicas
sedientas de mi piel y mi semilla
del niño casi hombre
sumido en abstinencia.
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Nada queda en mí
sino la herida
un hondo camino que ya nadie recorre
entre ciudades que se van a pique.
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Huele a rosas hasta la noche tierna.
La tierra ríe con sus labios rojos
se estrechan las ramas de los vínculos
donde abren sus párpados las flores
que vuelven a mirar desde la vida.
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Un mundo acorde con mi mundo
es el silencio de los árboles
allí nada perturba
la dignidad del secreto.
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En este dominio del insomnio
vuelvo al valle
el de mi niñez,
el de la quebrada
casi cubierta de hojas amarilla
al asomar el verano.
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