Estar en casa sin salir no es nuevo para mí. He pasado por varias recuperaciones que me han tenido encerrada por obligación. Y así decidí tomarme esta cuarentena, como una baja.
Pero no es igual. En mis cuatro bajas, mi madre se ha desplazado a mi casa a cuidarme, a prohibirme que saliera y a intentar mitigar mis traumas.
Si ella hubiese vivido esta situación, yo tendría que haberla cuidado a ella, pero no puedo, no podemos estar juntas. Ya no está con nosotros.
Por un lado, me alegro de que no haya tenido que vivir esta situación tan extraña. Me la imagino llamándome:
—Hija, qué raro está todo ¿verdad?
Y yo la mentiría y le diría que no, que esto no es raro, que es normal, que se cuidase. Pero es imposible. No puedo llamarla, no puedo ir a su casa y ella no puede venir a la mía.
Nos habría telefoneado cada día del confinamiento a sus cinco hijos. Solo para estar segura de que todos estábamos bien.
He cogido su relevo y todos los días pregunto a mis hermanos qué cómo están ellos y sus familias. Lo hago por ella, para que esté tranquila, esté donde esté.
Y cuando “esto acabe” y salgamos a la calle no estará ella, y también faltarán todos los de su generación. Los que vivieron la guerra y la posguerra, los que levantaron el país para dejárnoslo en buen estado.
Y será nuestro deber volver a levantar el país y dejarlo en buen estado para nuestros descendientes.
OPINIONES Y COMENTARIOS