La sabiduría de la vejez con la imaginación de la juventud, se juntaron. Una tierna abuelita muy activa y una joven con tal ingenio para construir un mundo feliz, así las horas volaban sin sentir.
Ambas enfrentaban con valentía los largos días de cuarentena, lejos de sus seres amados, por ello el celular era el instrumento más preciado y cuidado, ya que era el único medio que los acercaba a los padres, los hijos, amigos, en fin.
– ¡Aislados, pero comunicados!, exclamaban ellas.
Llenas de alegría estaban en espera de noticias, pues apenas sonaba el timbre del aparato, la chiquilla respondía y colocaba el altavoz, para que la abuela escuchara y despedirse ambas con un ¡hasta pronto!
Emanaban tal devoción de como una cuidaba de la otra.
En el edificio colindante, un mozuelo, pegado todo el día a su ventana; fumando un cigarrillo, observaba a la dupla, que al parecer no les afectaba en poco o en nada estar encerradas.
La añeja era feliz, la doncella hermosa, más ambas tan frágiles que no era problema el poderlas visitar una de esas noches.
Colocado en una cuerda fácilmente bajo y entro en la morada, encontrando a la anciana que dormía a la puerta del dormitorio de la joven, que estaba muy bien cerrada.
Paso delante de ella y apercibió el celular cargándose sobre la mesa, lo tomo y de prisa salió. estando escalando el muro la joven le grito:
-Mi abuela esta con el corona, por lo menos desinfecta primero el aparato, si es que lo necesitas tanto.
El malandrín al oír esto soltó el aparato que cayó en el gras, sin dañarse, y este escapo.
Siguió días en silencio aterrador para el pillo, preocupado por el contagio, no perdía de vista si ellas caían.
Ambas muy apenadas por este varón que lejos de ser solidario, (en difíciles momentos, para todos). ¿Qué pretendería haber hecho?, que el ingenio de la joven y astucia de la abuela, lo impidieron.
Expuesto ante la vecindad el despreciable desapareció.
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