Todo inerte, todo fulminantemente desesperanzador. El tiempo tan lento, el tic, toc del reloj de pared de mi abuela de 1900 puesto en el patio de la casa hace mas de 8 años, retumbaba en mi mente tan dispersa. 

Salí un momento de casa, para poder comprar los suministros básicos y me voy pensando y pensando, mientras voy caminando entre la soledad de las calles, en el silencio que arropa mi mente, aunque, tengo como acompañante la oscuridad y la luna llena me sigue con un fin sombrío y entre tanto silencio lo único que retumba son mis pensamiento deprimentes. Paso por el parque de pelotas donde jugaba con mi sobrino de un año y medio, el cual ya no veo hace meses. Ya no queda nadie aquí, ya no queda gente en las calles, las risas se apagaron, hace meses que estamos en tinieblas.

No puedo dormir, mis ojos sencillamente no cierran, no asimilo el silencio, es tan abrumador, tan fatídico, tan utópico.

Y sobrellevando mi insomnio me doy cuenta, que tengo que volver a aprender a pensar, que tengo que volver a aprender a vivir, que tengo que volver a aprender a olvidar y sobre todo que tengo que volver a aprender a amar, porque al parecer creo, que he hecho todo mal. 

 Aquellos que viven sin vivir, aquellos que no tienen hogar, aquellos que están laburando, aquellos que simplemente no están, porque están en el cielo, o en el infierno o en la nada, aquellos que están contemplando la insensatez de sus vidas, para ellos, es la dedicatoria de esta corta historia, tan inconclusa y sin final, como el futuro. 

Es bueno vivir como se piensa, porque de lo contrario pensaras como vives. S.M.C.

Juan Pablo Mejía Díaz. 

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