Día 11 de la cuarentena.
Siempre he sido fan de la cocina.
Guardo una colección de delantales para ocasiones especiales, cuando mi depa se llene de amigos que sepan apreciar mi arte, mi talento para recibir, mi buen carácter.
También tengo en un cuaderno varias recetas que he ido creando desde hace tiempo.
Mi gusto por cocinar empezó cuando tenía siete años y mi madre, que era malísima hasta para hervir agua, me mandaba a hacerle compañía a la señora que se ocupaba de nuestras comidas; porque según ella mi conducta era pésima.
El primer plato que aprendí a hacer fue papas y huevos.
Se me eriza la piel al recordar el ruido de los cubitos de papa nadando en un sartén lleno de aceite hirviendo. Cuando quedaban doradas y crujientes las ponía sobre un papel de estrasa arrugado y les soltaba una llovizna de sal fina que las bañaba delicadamente y las dejaba deliciosas. Mientras , un sartén pequeño colocado en el fuego, dejaba escapar el olor maravilloso de la mantequilla fundida, lista para recibir los huevos frescos .
La clara se iba coagulando despacio, tornandose muy blanca y brillante mientras el ojo amarillo de la yema permanecía intacto, jugoso y cremoso.
Un trozo de pan casero venía a dar la pincelada final a aquella pintura que con sólo unos pocos años aprendí a hacer en la cocina de mi casa.
Dia 15 de la cuarentena.
He sacado mi delantal favorito para hacer el almuerzo hoy.
La comida escasea, ya no hay papas y los huevos cuestan un ojo de la cara; así que a falta del precioso tubérculo haré pasta y huevo.
Nadie vino, sólo Michigan, mi gato; que no deja de enredarse entre mis piernas mientras como sola; viendo las noticias y oyendo las estadísticas fatales de ésta pandemia de porquería.
No me deprimo, después de todo una se acostumbra a que jamás venga nadie de visita, no sé si porque no les gusta mi comida o no soy muy buena anfitriona o después de todo mi madre tenía razón con aquello de mi carácter insoportable.
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