No fue la caída de la nube en el mar, con su cortina de lluvias verticales. Tampoco fue el inesperado aleteo del viento en las hojas del magnolio. En la mudez de las aceras sin pisadas, de pronto, con alegría audaz, los pájaros entonaron una melodía desbocada, dueños por fin del paisaje. Eso fue lo que llamó mi atención, vigía acechando la transformación del mar. Los pájaros se adueñaban del mundo, En ellos no se alojaba el espanto ante la funesta criatura. La naturaleza seguía su curso.
Al amanecer, la luna rosa de abril se plantó en el cielo azul mientras los pájaros se arrancaban con su tarareo múltiple. Habían recuperado su espacio ahora que no suena el bramido ronco de los aviones, ahora que se acallan los mugidos fieros de los coches.
Jilgueros, colirrojos, currucas, mosquiteros, gaviotas … Busardos ratoneros oteando el devenir de un abril quebrado por un súbito estupor. Impasibles y distantes, jubilosos ante un mundo que se les ofrece propio, suyo, libre y liberado.
Todo es bello afuera, en la naturaleza, estos días: las playas solitarias, la roca capeando el vaivén del mar, el estallido de los colores silvestres, la piedra en el camino solitario, la hierba que resurge, el musgo que se arrastra por el tronco de los árboles.
Dentro de las paredes, el ser humano es un mosquito ciego que batalla contra una sabandija atroz. Atónito ante su desolación, perdido el reino, este mosquito ciego sueña con renovarse no en león, no en bestia fiera. Quiere ser pájaro para cruzar el cielo claro clamando por su libertad.
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