Después del estupor, que aún es imposible sacudirse de encima, comenzó el miedo, la angustia, la tristeza, la rabia, la impotencia y así, un tumulto de sensaciones invadió nuestra mente y nuestro corazón, mientras los relojes y los calendarios perdían su función porque ya no hay nada que señalar, ni citas, ni reuniones, ni fiestas.

Los números se han convertido en soldados que amenazan el equilibrio natural de las cosas, se transforman en cifras monstruosas que no somos capaces de asumir.

Esta vez nos han golpeado fuerte, a todos, en todo el mundo, y mientras nos repetimos que vamos a vencer, en realidad luchamos por firmar una tregua con el enemigo invisible, intentando ganar tiempo mientras pasa el tiempo, arrastrando vidas literalmente y en el sentido figurado.

Sin entender casi nada miramos hacia un futuro extraño, como el presente que nos toca, imbuidos de esa invisible marea que nos empuja aunando fuerzas bajo la sorda consigna de sobrevivir a todo, adaptarnos y seguir adelante, siempre adelante, alzando aplausos y silenciando llantos, como siempre, como casi siempre nos ha tocado.

Y en la incertidumbre de cuándo acabará este brutal paréntesis, no puedo evitar estremecerme pensando en el descanso que nuestro confinamiento le está proporcionando al aire, a nuestra gran casa, nuestro planeta. Y es que tal vez, solo tal vez, era la única manera de hacernos parar. Y es que tal vez, solo tal vez, como todo en la vida, nuestros actos tienen consecuencias, y las agresiones que venimos ocasionando durante tanto, tanto tiempo, producen despropósitos como esta pandemia, la naturaleza ya no puede protegernos, ya no hay equilibrio y todo es desmesurado, nuestros daños y lo que originan. Tal vez, solo tal vez, todo tiene algo que ver.

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