TREINTA Y OCHO METROS DE SILENCIO

TREINTA Y OCHO METROS DE SILENCIO

        Siempre me armo de una imaginación etérea, siempre necesito guardar aquellos momentos íntimos para poder evocarlos en metáforas que salpiquen cada uno de mis días grises, como el de hoy.

        Aquí (treinta y ocho metros cuadrados de caja de muñecas), me tambaleo en cada curva, con este regusto amargo en mi estómago y soñando con mi mano aterida al cristal de tu prisión. Solo intento dibujar con mis dedos la silueta de cada uno de tus recuerdos, transpirando el olor de la tierra mojada tras tus pisadas, ahora tan lejanas. Solo imagino la tensión de tus músculos sacudiendo mi mirada. Y el calor, ese calor adherido a mi piel, serpenteando mi deseo de satisfacer este miembro que siempre va por su cuenta.           

        Ya no solo me envuelven los fantasmas, sino que también la niebla me agarra de los tobillos y tira hacia abajo con tanta fuerza que el fango salpica mi camisa de los domingos, aquella que me obliga a abrochar hasta el último botón. Me asfixio solo de pensar en la falta que me haces en estos momentos, en las ganas que me entran de salir corriendo, limpiar mis hombros de tantos escombros y desplegar mis alas de gran soñador. Ambos sabemos que soy capaz de evocarlas cada vez que el dolor desprende mi retina y devuelve todo lo negro que hay en mí, todo lo que me hace bostezar a cámara lenta. Ahora no estás aquí para protegerme de mí mismo, ahora no puedes desearme tanta suerte.

        Solo puedo agarrarme al trozo de sol que queda atrapado entre mis manos de ángel salvador. La receta de mi éxito la llevo escondida debajo de tu colchón para que cuando te des la vuelta yo pueda curarte de tantas noches en vela. Ahora creo que soy yo el que rema en la misma dirección, dejando al descubierto cada una de mis heridas.

          Te echo tanto de menos en estos treinta y ocho metros de silencio.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS