» Estoy regular, llámame más tarde que estoy merendando unas galletas custrosas». Escucho su voz algo desfallecida desde su cama del hospital, oigo su calificativo inventado para las galletas y sonrío. Es ella, no hay duda. No ha sido capaz el virus de llevársela todavía. Respiro aliviada, deseando que pasen los minutos volando y pueda volver a llamarla. Cabezota, fuerte siempre, su lenguaje es especial a veces.
Estos días su voz es el cordón umbilical que intento que no se rompa. Deseo que sea duro cómo la piedra, que pueda con el enemigo, que sea viscoso, que repela al visitante de su cuerpo, que sea invencible. Palabras cómo ese cordón que deseo irrompible : cordel, cinta de pelo, goma de colores y ese hilo para hacer juegos con las dos manos. Hacíamos la cuna, el columpio…
Los minutos pasan lentos, miro mi móvil impaciente. Marco de nuevo, suena y suena , mi corazón late fuerte, grita, cógelo, te necesito.
Por fin, el sonido se detiene. «Mamá soy yo, ¿ cómo estás?»
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