Amanece. No es poco, pero es insuficiente. La ciudad en tiempos normales a esta hora se despereza, pero hoy, como los quince días anteriores sigue aletargada, como la economía, dicen, como nuestro futuro. Solo tenemos el pasado, y tampoco conviene analizarlo demasiado por si acaso nos hayamos equivocado.
– ¿Salgo de la cama? ¿Para qué? Para activarte, tío, que te vas a quedar flojeras si no haces nada más que estar echado entre la cama y el sofá. Venga, arriba y una ducha. Hoy toca afeitarte, que se te está poniendo cara de náufrago, aunque famélico no es que estés.
¡Música y acción!- No, el «Resistiré» no, que no lo resisto más. Nada de noticias ni tertulias, rock’n roll. Aseo y desayuno ligero.
Luego, ordena por enésima vez la caja de herramientas, la colección de coches, organiza la casa, pasa la mopa, prepárate la comida mientras te bebes una cerveza bien fría que, en soledad, no sabe tan bien. Cuando te vienes a dar cuenta ya estás sentado a la mesa, ahora sí, con las noticias de fondo. Más muertes, más contagios, más cerca del pico – que ahora dicen que será meseta y del fin.
La tarde es larga, un poco de lectura, más música de fondo, llamadas a la familia, wassaps con los amigos y subir a la azotea a hacer un poco de ejercicio, no te vayas a acartonar. Llévate el móvil no sea que recibas una llamada urgente, algo del trabajo que has perdido, de la novia que ya no tienes, no sé, algo que no pueda esperar a mañana.
Treinta flexiones, en la última levantas la vista y te quedas extasiado ante la belleza del atardecer. El futuro no sabemos cómo será, pero sí que cada amanecer y cada atardecer serán distintos.
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