El mundo pone el foco en alguien más frustrado siempre. Hoy me toca a mí, un escritor en cuarentena. Alguien que bordea los abismos de ser un escribidor, que lo niega rotundamente y que tiene fe ciega en su estilo.  El rey del ingenio, mejor dicho, el rey del ingenuo. Es imposible pensar que un tipo se queme las pestañas en tanta literatura  para nada. De los más estoicos que vi, siempre responde, – leo porque amo las buenas letras- yo no me creo nada, el gustito de los libros para tipos como  yo se esconde en otro lado.  Pero tiene una moral muy alta para aceptarlo, asumir que somos un escritor exprimido hasta la última idea por el fracaso, significaría casi el suicidio,es más,  ya he puesto la soga tantas veces en mi cuello y saltado del banquito hacia escribir en verso libre  banales cursilerías. Si él se hubiese enterado que publicamos todo eso en twitter   yo no podría suicidarme, antes me mataría. Pero cómo explicarle que estoy harto de haber  participado en los concursos habidos y por haber, tanto spam hicimos por fama. Hay escritores que estamos condenados a escribir y otros que están condenados a que ser leídos.

 Esta maldita obsesión comenzó cuando le dijeron a José que sí era bueno escribiendo y el imbécil me arrastró hacia crear cuentos absurdos, la vida ya es extremadamente ilógica para perder tiempo en sinsentidos, José se enoja y me aprieto del cuello, aunque bueno no me puedo quejar, el sabor de leer es rico pero el de leer lo que uno escribe no tiene precio. Me mataría si enterara de lo que dijimos, lo voy a obligar a que no lo diga más es que me hizo quedar  como un arrogante aunque lo soy, pero nunca pretencioso, aspiro a lo que puedo cuando comienzo a tipiar, espero a José que vuelva a contarme todo lo que vio en su paseo en la ciudad aunque tengo miedo de que lo atrapen y que nos dividan a la mitad  aunque a la vez me excita mucho, porque tendría el foco solo para mí. 

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