Esperanza

Es un pueblo acostumbrado a la muerte.

Algunas pancartas jalonan la carretera que es, además, la calle principal: “Camiones, por el peaje”, “No más muertes”, “Peaje obligatorio a camiones” …

Una foto de un ciclista con la leyenda “Otro más; no te olvidaremos “adorna un balcón volcado a la carretera.

Llevan tanto tiempo luchando que los carteles están ajados.

Gente valiente que afronta el frío de sus inviernos con simples chaquetas o jerséis finos, que lucen colores sanos sobre sus rostros curtidos.

Ahora encerrados en sus casas. Sin poder disfrutar del espectáculo, hasta hoy nunca visto, de una carretera prácticamente desierta. Ni siquiera los más viejos del pueblo han visto nunca una cosa así; solo los camiones con servicio permitido para los repartos esenciales están circulando

Pese a todo, continúan atravesando el pueblo evitando el peaje que se encuentra abierto, con acceso libre, debido a la falta de circulación de vehículos.

Los escasos vecinos que se ven obligados a salir de casa lo hacen pertrechados de guantes y mascarillas, algunas de fabricación casera.

Guardan escrupulosamente una distancia de seguridad prudencial en las colas, ante las tiendas que solo admiten a un par de clientes en el interior, para realizar las compras estrictamente necesarias.

Un jeep de la Guardia Civil recorre el pueblo de arriba abajo, encendiendo la megafonía cuando ven andando por las calles desiertas a más de un vecino. Un mensaje grabado recuerda lo imperativo de quedarse en casa.

Cuando los vecinos regresan a sus casas el pueblo se queda vacío, muerto.

El silencio se convierte en el amo. Apenas el ruido amortiguado de algún gran camión subiendo al puerto.

Aunque la espera va resultar larga hoy se ha abierto una pequeña ventana a la esperanza. Una sonrisa en las caras resignadas: la Naturaleza empieza

a manifestarse.

Un par de corzos cruzan la carretera, los pájaros se prodigan en sus trinos y las ardillas corretean por los árboles.

Todos los miran: pronto ellos también saldrán. Un vecino, desde su ventana, acaricia su escopeta mientras mira a los corzos.

—¡Me muero de ganas por salir!

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