El silencio.

Primer fue el virus, después los infectados y los muertos, después la cuarentena. Mucho tiempo pasamos encerrados, esperando que esto pase. Salíamos solo para comprar alimentos y medicinas.

Cada vez que salíamos era un desierto. O casi. Las pocas personas que se cruzaban se saludaban de lejos, con apenas un gesto. Y día tras día, de a poco y sin darnos cuenta dejamos de hablarnos. Nos saludábamos con gestos, nos comunicábamos con mensajes. Llevábamos escrito en un papel la lista de lo que necesitábamos y se lo damos al comerciante sin decir palabras. La costumbre de hablar se perdió incluso entre los que compartían techo, y los gestos para comunicarse se hacían en caso de necesidad extrema

Las únicas voces que se oían eran las de los noticieros, que empezaron a durar cada vez menos. Al final solo se limitaban a decir la cantidad de infectados y de muertos en el mundo y en el país. Porque a pesar de la estricta cuarentena, los enfermos y fallecidos no paraban de aumentar.

Hasta que un día nos dieron la novedad. Se había encontrado la cura. Tardaron un tiempo en producir vacunas para todos y distribuirlas. En ese lapso el silencio, la cuarentena y el aumento de fallecidos y los infectados continuaron.

Un día informaron que debíamos ir a vacunarnos y fuimos. Sin hablas hicimos la fila. Cuando me toco entre a la sala, descubrí y hombro y me inocularon. Salude con un gesto y salí. Me reuní con mi esposa e hijos que también fueron vacunados y marchamos a casa.

Hoy se cumples dos años del fin oficial de la pandemia. En número de fallecidos casi nadie lo sabe. Dos años ya desde que pudimos hacer vida normal.

Salgo, como todas las mañanas a hacer las comprar. Camino hasta el negocio. Saludo a mis vecinos con gestos y ellos hacen lo mismo. Entrego la nota al comerciante. Este coloca todo en mi bolso y me anota lo que debía pagarle en mismo papel que yo le di. Pago y vuelvo a mi casa.

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