Llevábamos 27 días de confinamiento por la pandemia del Coronavirus y aún nos quedaban como mínimo otros 13, tras la última ampliación de la alarma sanitaria.

Hoy era nuestro aniversario. Después de 30 años de convivencia teníamos todo el tiempo del mundo para estar juntos pero parecíamos dos extraños. Según nos levantamos de la cama, empezamos cada uno con nuestras actividades sin darnos cuenta de la fecha hasta que, al cabo de un par de horas me acordé y alcé la voz hacia la cocina, donde estaba tomándose un café:

  • ¿Sabes qué día es hoy?
  • Si, viernes
  • ¿Y algo más?
  • Pues no caigo…, 10 de abril… ¡Ah bueno!, es nuestro aniversario, ¿nos tenemos que felicitar? No andan los tiempos para mucho jolgorio.
  • No es necesario, solo el recordarlo es importante. Ya lo celebraremos cuando todo esto acabe.
  • Si es que acaba alguna vez. ¿Y si fuera el fin de mundo?, nadie se lo esperaba. La pandemia nos ha paralizado. El gobierno tiene el acuerdo de la gran mayoría de la población. Todos en nuestras casas, acobardados, aislados. Por ahora sin problemas de abastecimiento. Pero poco a poco se empezarían a acabar las existencias y dejaríamos de comer. Nos cortarían la luz, el agua, el teléfono y nos iríamos extinguiendo sin poder hacer nada.
  • ¡Pues vaya historia de miedo te has inventado! Eso no va a pasar, ya lo verás.
  • Bueno, veremos.
  • Y si empieza a pasar algo así, nos facilitamos el final.
  • ¿Qué quieres decir, que nos suicidemos? ¿seríamos capaces? Prefiero que nos matemos el uno al otro. Que saquemos los trapos sucios ocultos de toda nuestra vida y nos persigamos por la casa, escupiendo reproches, soltando la agresividad escondida, llegando al paroxismo final de una película de Tarantino.
  • Pedro, estás perdiendo la cabeza…
  • Lo que estoy perdiendo es la paciencia. Estoy harto. Mañana salgo a la calle y me enfrento a la poli, que me lleven a chirona, por variar y hacer algo diferente los últimos días de mi vida.

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