El día de hoy son mi salvación. La clarividencia del Borges invidente, los reproches bien fundados del Vallejo defraudado. Romanceros de Lorca, embates de Neruda. Con el tiempo de mi lado y las horas en mi contra, la poesía me funciona como respuesta y salvación. Recurro a sus enigmas en intento de contrarrestar dos o tres carencias. También para llenar, con ora dulces rimas, ora aterradores versos, los días de la cuarentena.

Importante cuestión a resolver, después de haber elegido ya el autor, es la de la posición; no sabiendo si es mejor sentado o de espaldas sobre el sofá tumbado, al cabo de las incomodidades y dolores cervicales y lumbares, opto por hacerlo de pie; sí: ¡parado! No pocas veces caminando, también gesticulando, como quien declama. De fondo tengo el suelo cuadriculado y, por las manchas y los pelos perturbado, no del todo blanco.

Las palabras se me tornan no pocas veces escurridizas. Se distrae fácil la atención en las baldosas. midiéndolas con la mirada, contándolas a veces. También tengo en la ventana, por suerte amplia, una gran aliada. Veo, en las otras ventanas, uno que otro cómplice que sin embargo no me mira. En los balcones, percibo claras tentativas de quien llevando tiempo cavilando una sana entrega al beneficio de la caída libre, presto está a ceder.

La jornada languidece. No estoy seguro (como nunca lo he estado) si la revelación de los poemas, si el intento de poner en manifiesto el universo propio a través de las palabras, al cabo del tiempo traerán mayor felicidad que la sensación del chocante viento cortando todo el cuerpo, el sudor desde la frente desplomándose en picada y el grato dolor que persistirá en las piernas unas horas más después de haber terminado los kilómetros del día. 

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