La tarde existe. Y existe todavía porque desde dentro, desde el otro lado de la ventana, la veo yo.
Respira entrecortada, es cierto. Y se le huele la pesadumbre así mantenga cerradas las persianas. Pero persiste, existe la tarde más allá de la ventana.
Vive menos. Se obstina en los signos habituales, no asimilando techos y paredes. Pero la tarde existe, con más, con menos esplendor, a pesar de la ventana.
La tarde existe, y la lluvia, pobrecilla, que se ha quedado sin nadie a quien mojar afuera, trata de metérseme por la ventana.
Se aferra, naciente o moribunda, al vidrio que me sirve a veces como espejo. Ase, como puede, la vida de la que sinónimo ha sido. Existe también la tarde, tal parece, a este lado de la ventana.
La tarde existe, y al otro lado, en algún lugar de tu ventana, estarás vos, pensando, como yo, que la tarde existe.
Estarás contando, como yo, las horas que nos quedan para, como ahora la tarde toca la ventana, con ansias semejantes, podamos aferrarnos en el otro, a pesar de los ardores y de las amenazas de más separaciones.
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