De no haber sido por ti inevitablemente hubiera perdido la razón durante la pandemia. Sin tu sonrisa, sin tu mirada, sin el calor de tu cuerpo seguramente hubiera saltado desde el piso 19 en el que habíamos decidido compartir el aislamiento decretado por el Gobierno.
Antes de que llegaras sólo nubarrones se acumulaban en mi vida. El bar cerró, todos a su casa sin sueldo y claro, sin propinas. Cuando la comida para gatos escaseó, Yorya se fue sin siquiera despedirse. Me quedé sin internet después de vaticinarle al tipo que me atendió que él sería el siguiente desempleado y que se acordaría de mí cuando tuviera que esconderse de su casero.
En lo que consideré un destello de creatividad producto de la crisis, me hice aquella botarga con la figura del coronavirus para que la gente se tomara la foto del recuerdo. Lo que no consideré es que dadas las circunstancias nadie osaría acercarse a una botarga sucia que escondía a un perfecto desconocido posible portador.
Finalmente, aquel día, la luz de un tibio amanecer penetró en mi departamento y en mi corazón: Habías llegado (acompañada de un repartidor de DHL protegido con cubrebocas).
“Usted no tiene porque pasar esta cuarentena en soledad” rezaba la atractiva publicidad. Abrí la caja, despegué la irónica etiqueta “Made in China”. Lo demás es historia, la nuestra.
Ahora que recupere mi trabajo prometo llevarte al mar, donde flotaemos plácidamente al vaivén de las olas.
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