No sé cuánto tiempo llevo aquí encerrada. Sé que debo salir a comprar suministros, pero mi mente comienza a jugarme malas pasadas. Cada vez que intento cruzar el umbral, puedo sentir el clic en mi cabeza; ese que hace que se abran las compuertas del miedo e inunde mi mente y paralice mis músculos.

Vuelvo la cabeza hacia el salón. Al ver la jaula vacía me llega el recuerdo de Piolín y una punzada de remordimiento parece atisbar… Lo desecho sobre la marcha.

Al fin y al cabo ese pajarraco era mi último recurso y odiaba esa mirada burlona que me regalaba desde que supo que no era el único en un encierro forzado.

Siento como si aún lo estuviese saboreando y el rugido de mi estómago hace que consiga cruzar el umbral.

Gracias Piolín por salvarme.

La agorafobia me hubiese matado de hambre.

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