Temblando, sin frio, sin nada que sentir más que la misma maldición de siempre deseando arrancarme la piel, hacerme daño, lanzarme al abismo; no quiero exponerme, son tantas las cosas y tan poco el tiempo que siempre es eterno, adiós milagros, mi buena suerte es inexistente, todo lo que me rodea se ve en la desgracia y me encuentro entonces como la niña que predijo el cataclismo con la duda de haberlo provocado o solo ser el heraldo anunciante, nunca podré sacarme esa incomodidad ya está instalada cual gusano y siempre corroe mis pensamientos, me muestra lo erróneo de mezclar realidades y no ir con la cuota al dia, siento el pulso de los ritmos que me ayudan a darle algo de paz a esta noche de la cual sólo agradezco a la hermana sombra ir perdiendome del camino inconsistente, los susurros se escuchan pero no los distingo cuando se eleva el ritmo aprendiendo a cantar los sonetos de la calma comprando una escalera al cielo sin mucho exito sintiendo mi pulso cada vez menos inquieto, después de los ecos siento que al fin cede, cierro mis ojos para no perder terreno y entonces veo más cosas que tampoco se pueden percibir pero el mundo de los ojos cerrados no puede ser eterno y sigo sintiendo el ardor en mi pecho, mi mente intenta distraerse de si misma, ha pasado tantas veces que ya converti esto en procedimiento, los trucos para evocar la calma no siempre son bienvenidos, el simio evoluciona conmigo y aprende de mis mejores intentos.

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