MARZO 21 DE 2020: Es la 1 de la mañana, me levanto sobresaltada, siento que he dormido mil horas, solo han pasado dos desde que cerré los ojos. El calor me obliga a ponerme en pie, solo llevo puesta la piel y un nudo en el cabello, abro el grifo de la ducha, el agua esta fría, lo suficiente como para refrescarme y lograr conciliar el sueño. El ladrido de Amadeus me despierta, el reloj ahora marca las 6. Levanto la mirada y ahí está la tuya sostenida por un clavo en la pared. El último reporte de la OMS, 9800 muertos en el mundo por COVID. Quizás si cierro los ojos ese número desaparezca, quizás si cierro los ojos tu mirada ya no esté allí.
MARZO 22 DE 2020: Han pasado 48 horas, el tiempo se ha hecho más pesado y parece que fueran meses. Los 36 grados de temperatura se han hecho sentir. Todo se descompone más rápido, me lo dice el olor nauseabundo de la bolsa del pollo que preparé ayer. Por fin salgo al exterior, de puntillas y dando saltos sobre el piso que hierve, corro a sacar la basura. Que tonta, salí descalza a la calle; que tonta, tendré que lavar mis pies. El paisaje agreste de mi patio tapizado por los mangos me avisa que es hora de limpiar. Estas calles están vacías, igual que siempre. Y este agujero en el pecho, ¿se irá también con la cuarentena?.
MARZO 23 DE 2020: Mi sueño está en descontrol, siempre tuve sueño liviano, solo dos metros de cama me impiden seguir girando, si no fuera así, lo haría hasta tocar la punta de tus pies. He dormido tres horas, el dolor que siento en la parte posterior de los ojos me dice la mala calidad en mi descanso, y las cuencas de los ojos que parece que me atraviesan. Todo está en silencio, solo el viento y el crujir de las hojas secas me acompañan. Lo más emocionante que he escuchado hoy, fue a mis perros eufóricos latiéndole a la iguana que caminaba sobre el techo.
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